La cancha de "El Tanque". Por Orlando García Bertoni


ORLANDO GARCÍA BERTONI…          Entrevista de Ricardo Giusti
LA CANCHA DE “EL TANQUE”

            Dicen… que salían del saladero o del Anglo y contra los palos del arco quedaban los delantales con los cuchillos, naife y chaira, envueltos, mientras los que serían campeones, corrían tras la pelota Nro. 5, muchas veces de pantalones largos arremangados, de alpargatas y sin más nada; sin suspensores, canilleras, musleras, equipos de campo y tanta cosa que hoy se usa.
            La calidad de la sangre le sobraba a “los triperos” término despectivo que empleaban los hinchas de rivales que no podían con los albicelestes.
            Practicaban ya fuera en las canchas del  Liebig´s o Anglo y mucho más aún en la del Laureles.
            No había tribunas y mucho menos aún barandas, apenas el alambrado del perímetro, marcas casi ninguna y los 11 pasos del penal, se medían justamente, caminando la misma cantidad de pasos, pero si bien esto ocurría y muchas veces el río o el arroyo eran receptores de aquellos hombres que luego orgullosamente vestirían la camiseta rionegrense, ofrecían gustosos el baño reparador.
            Así se escribían triunfos, aunque el escenario fuera la cancha de El Tanque que se empezó a llamar así allá por 1938- 1940, porque desde esos años llegó a nuestra ciudad el agua corriente (con la instalación del tanque de la OSE); la cancha ya era teatro de las hazañas de Río Negro.
            Yo era un pibe de 10 o 12 años cuando empecé a concurrir a dicho field.             Recuerdo al portero Don Américo Doyenart (conocido por Cuesta), la policía que vigilaba que el público no invadiera el campo, no había barandas ni alambres que lo impidiera, pasaba el guardia civil caminando junto al público y tenían un sable corto suspendido en la cintura, cuando el interés del partido te llevaba a meterte en la cancha, un suave toque, te volvía a la raya de cal, pero apenas se alejaba el policía, ya estabas otra vez, pasando el límite.
            El vestuario, la casilla como se le conocía, era de chapas de zinc, dos ámbitos separados para los jugadores y un pequeño compartimiento al centro para los jueces que a la vez era el depósito de redes, banderines, etc.
            En aquellos años cualquier chiquilín le pedía los zapatos al Chivo Latorre o al Zorrino Torres, a  Larra Requiterena o al Borrego Padilla y entraba diciendo al portero “le traigo los zapatos a fulano” y así, todos adentro.
            Desde las azoteas vecinas, Moraima González y amigas vivaban los goles y más cerca, alambrado por medio, la familia Espinosa, tenía el espectáculo y no pocos eran los que hasta compartían el mate y alguna torta dominguera.
            La tribuna que hoy sirve a la pista de atletismo, destino final de aquel célebre campo de hazañas albicelestes es la misma, entonces tenía palcos y cuando se jugaban los campeonatos del litoral, épocas en que todo el certamen se cumplía en una sola sede, el día de la apertura, la Banda Municipal, encabezaba el desfile en torno a la cancha y luego se ubicaba en el espacio de la esquina de Instrucciones y Zorrilla y amenizaba la tarde.
            No había luz y todo se cumplía a la luz del día, allí cantidad de veces Río Negro fue campeón, no había directores técnicos, apenas masajista y el capitán a veces impartían una orden y me decía don Antonio Bordes, viejo dirigente del fútbol local, en 1930 Río Negro jugaba en el parque Central en Montevideo, el partido por el título de Campeones Nacionales frente a Canelones.
            El primer tiempo lo ganaban los canarios, en el descanso en la casilla, el Tolo Molinari que capitaneaba, daba instrucciones pero al terminar, Evaristo Quiñones que era el masajista, consiguió un litro de caña, paro el rodeo como se dice y habla estas pocas palabras: “ahora un trago de caña y a ganar…” y Río Negro se impuso 3 a 2 siendo el Campeón Nacional.
            En medio de tantos recuerdos  debo decir que los auténticos clásicos en la cancha de El Tanque, eran los encuentros  de Fray Bentos y Laureles y para testimoniar que no es leyenda  ni que me lo contaron, van los equipos de entonces; Perurena (golero que trabajaba en la draga cuando se hacia el puerto), Corazza, Minguito Luizzi y el Barba Moratorio, el gringo José Rasparoli, Pedro Alegre (el Cuajo) que se fue a jugar a Vélez Sarsfield de Buenos Aires y Larra Requiterena, Calixto Lancieri, el Carpincho Gimenez, el Chivo Latorre, Lito Linale y el Loro Acosta.
El masajista era Giaccone (Polenta)
            En Laureles , Furno o el Loco Espinosa, también jugó el Opo Pini la pareja de back era Alfredo ( Banana) Pini y Juanjo Pini, el Tolo Molinari, Pendi Irigoyen y Maneco Miller o Alejandro Bahoffer, Alfonso Marín, Raúl Cuneo (Patita) Raúl Silva (Barquilla), Ismael Zabaleta y Alberto Fuentes (Miseria).
            Nicolás de Francesco era el árbitro más enérgico de aquellos años, también Margarito Escalada.
            En otros equipos también brillaban figuras como José María Zabaleta (Coto), Orlando Torres (el Zorrino), Ceferino Vázquez (la Tonga), los Ugalde, los Moratorio y tantos que es imposible nombrarlos.
            A propósito de Coto Zabaleta, hay una versión que dice que doña Celestina su madre, cansada de ver amargado a su hijo que practicaba en Laureles y no lo incluían nunca, le sugirió que se fuera al Liebig´s y así triunfó por sus condiciones.