Amanece. Como todos los días guardo lo poco que me acompaña en la mochila, vuelvo a calzármela a la espalda y siento cómo mis pies parece que cedieran ante su peso.
No deja de maravillarme cómo el cuerpo se repone de la fatiga en una sola noche, y el espíritu ya adicto al Camino sólo desea encontrarse de nuevo en la ruta.
Otros peregrinos ya han partido más temprano y algunos aún se preparan para hacerlo. Es la hora de las posibilidades, todo un día por delante y la incógnita de qué será lo que me traerá hoy. ¿Qué maravillosos paisajes, pueblos, personajes, experiencias me depara esta nueva jornada.
Y allá voy, confiada y feliz…otro día en el Camino…
A veces, luego de una pequeña montaña, un pueblito medieval me sale al paso. Sus casas aún de antiguas tejas de piedra me llevan a ese histórico mundo del que tanto he oído hablar. Sus gentes calladas parecen habitar aún en aquella época, me detengo sólo un instante y casi puedo ser testigo de aquellas viejas batallas de los antiguos reinos…
Y continúo caminando…
A veces los interminables campos me dejan ver un lejano horizonte que no me canso de escudriñar ávida de no perderme detalle alguno, divisando pequeños caseríos con sus campanarios que llenan el día de sonidos de mi niñez.
A veces increíbles cadenas de picos aún nevados aunque es verano, me deslumbran con su esplendor.
A veces un silencioso bosque me sorprende con sus centenarios árboles, me detengo una vez más y escucho el viento entre sus altísimas copas en un susurro que pareciera querer contarme acerca de tantos peregrinos que han caminado a través de sus sendas; desde aquél lejano Alejandro Magno que según relata la leyenda alguna vez también pisó esta misma huella que hoy recorro, hasta los que en este moderno y agitado mundo de hoy buscamos lo que tanto hemos escuchado y que nos trajo hasta aquí: “el Camino te cambia para siempre, ya nunca volverás a ser el mismo”… una promesa de descubrimiento y liviandad, de asombro renovado, de felicidad auténtica, difícil de dejar pasar.
Continúan mis pies paso a paso y de pronto, dejando atrás el silencio, el conocido sonido de este mundo moderno me anuncia la proximidad de una gran ciudad. Pamplona, Logroño, Burgos, León y tantas otras, me muestran su febril vida citadina pero también sus antiguos tesoros. Hermosísimas catedrales me asombran con su majestuosa arquitectura y sus escondidos misterios tan visibles a los ojos de quién busca, insospechados rincones de larga historia me enseñan el paso de los siglos en el Viejo Mundo, incontables secretos para descubrir que el Camino me va mostrando minuto a minuto y que feliz, voy atesorando.
A lo largo del día me detengo en los necesarios descansos para comer algún “bocadillo”, según acostumbran llamar por aquí a todo lo que pueda ser puesto dentro de un pan, desde el magnífico jamón crudo hasta la inigualable “tortilla de patatas” o incluso calamares, y la obligada reposición de agua, mi compañera infaltable en tantas jornadas.
Y a caminar de nuevo…
Ya es de tarde, hasta que de pronto aparece ante mí el lugar donde dormiré esta noche, busco el Albergue destinado a los Peregrinos y mis pies se relajan agradecidos al finalmente quitarles la mochila.
Me encuentro allí con los amigos que he ido conociendo en esta aventura, nos sentimos ya como hermanos así que llega la hora de compartir comida, descanso, y lo más importante, el relato de todo lo que este día le ha regalado a nuestro corazón, y la alegría de que en un día no muy lejano en el pasado, he tomado la decisión de venir a vivir esta increíble experiencia.
Mientras apoyo mi cabeza en la almohada, pienso por tan sólo un instante en mi hogar tan lejano, y mi última plegaria del día es para que cuando esté de regreso allí, la presencia de todo lo vivido me acompañe siempre.
El cuerpo cansado, el alma FELIZ….
Mañana será otro día, un maravilloso día más en el Camino…
********************************************